
Muchos de nosotros tenemos cicatrices en nuestro cuerpo, ya sea por accidentes o cirugías, sin embargo, las cicatrices no tienen las mismas características que el tejido «normal». Las cicatrices son la respuesta de emergencia que tiene el cuerpo ante una lesión para cerrar rápidamente una abertura en un tejido.
El tejido cicatricial se forma mucho más rápido de lo que la piel normal (u otro tejido) puede crecer, por lo que el cuerpo, que es muy sabio, lo elige como la forma más rápida de responder a las lesiones y prevenir infecciones o pérdidas de sangre fatales.
Desafortunadamente, aunque el tejido cicatricial es una forma rápida de abordar una lesión, implica una reparación imperfecta que puede afectar la apariencia y función drásticamente. Y es que el tejido cicatricial es un mal sustituto de la piel sana, porque:
👎🏻carece de glándulas sudoríparas
👎🏻carece de folículos pilosos
👎🏻es estructuralmente más débil y menos flexible que la piel.
Durante la reparación de la piel, la tensión juega un papel clave en la formación de tejido cicatricial. Cuanta más tensión haya en la herida, más probable será que se forme tejido cicatricial.
Nuevos estudios están mostrando resultados prometedores en ratones, en los cuales, tras interrumpir las señales de ciertas células clave durante el proceso de curación, las heridas se curaron por regeneración, restaurándose la piel con folículos pilosos y glándulas sudoríparas normales, matriz extracelular y fuerza mecánica.
Esto es un primer paso en la prevención de la formación de tejido cicatricial y abre la puerta a intervenciones contra otros tipos de cicatrices. También podría ser posible combatir las cicatrices cardíacas después de un infarto. Sin olvidar la multitud de aplicaciones cosméticas, y ya ni hablar del interés público que podría despertar si dicha terapia estuviera disponible después de una lesión o cicatrización quirúrgica.
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